domingo, 25 de octubre de 2015

Último frame

De repente,
en el centro energético de mi mente,
un poco de sosiego.
Un café.
O tres.
Y bajo mi edredón,
como desde un submarino,
veo el mundo a través de mis ojos.
Porque no hay otra manera.
Entonces apago la luz,
y el techo se convierte en cine.
Y mi vida pasa, fugaz.
Historias que se mezclan,
la cafeína en mi sangre.
El aire en mis pulmones.
El miedo que no cesa.
Destellos de realidad,
un cerrojo que solo se abre
con la llave maestra.
Toneladas de información
para tan pocos años.
Que son muchos.
Un frame.
Otro.
Otro más.
Y en el último...


miércoles, 14 de octubre de 2015

Jaque mate


Si el alfil avanza en la partida,
es solo porque el rey pierde por suicida.
Porque, cansado de ganar,
delega sus poderes en sus víctimas.

Estréllame tus miedos contra la cara.
Empaña tus pupilas con mi mirada.
Salpica el ego.
Muévete ciego.
Sé la casilla.
El blanco.
El negro.

El golpe letal en la madera,
el tempo que no late.
Silencio:
jaque mate.

lunes, 28 de septiembre de 2015

M(átame)


“Ll(ámame)”, me dijo.
Y por no entender el mensaje, quedé impasible.
Quieta, como un banco.

A la espera de una primavera más clara,
de un otoño menos confuso y evasivo.

“M(átame)”, me susurró.
Y entendiendo, ahora sí,
el tono trágico de su pavor,
lo até a mi piel.

Y morimos los dos.



sábado, 12 de septiembre de 2015

Invertido

Deja que me queme en las cataratas de tu nombre.
Deja que me hiele en el fuego de tu sonrisa,
que me duerma en los lagos clandestinos,
que me abrace a la rabia de tus días.
Deja que te cure a golpes de ira,
que nos perdamos el sentido, 
que seamos dinamita.
Déjame la pólvora, 
toma la llama.
Explota.




viernes, 31 de julio de 2015

Soy

Soy un halo distorsionado,
un cometa perdido sin rumbo.
Soy la piel del cordero,
y las manos de un anciano moribundo.

Soy la astilla que atraviesa tu carne,
una flecha que apunta hacia ninguna parte.
Soy la comandante del submarino,
y la parte inexorable en tus sentidos.

Soy el vaho del espejo hecho añicos,
un escalofrío en las noches ausentes.
Soy el viento que atraviesa tus delirios,
y la soledad perdida entra la gente.

Soy la armadura, el escudo y la batalla.
La guerrera, la victoria y la medalla.
La que aprieta tu garganta cuando callas,
quien convierte tu ceniza en llamas.

lunes, 27 de julio de 2015

La librera de Goya




Hay personas a las que ves tan solo un segundo y ya sabes que se ha establecido una inusual conexión de la que es imposible zafarse. Personas que te sentarías a escuchar con los ojos abiertos como platos, concediéndole tu silencio como muestra de la más sincera admiración. 
Os hablaré de Ana.

Era un mes de agosto de calor insoportable, por lo que mis padres y yo decidimos ponernos rumbo al norte para disfrutar de temperaturas más bajas y de unos días viajando juntos. Ahí la conocimos a ella. Entre la multitud destacó una señora de pelo gris recogido con una especie de tupé. Sus ropas eran anchas con tonalidades oscuras, y su vitalidad, abrumadora. Enseguida se acercó a nosotros, como si tuviera la necesidad de quedarse a nuestro lado, como si también supiera que éramos desconocidos destinados a conocerse. 

Ana nos comentó que tenía una librería en el centro de Madrid (probablemente, la más antigua de la ciudad), y que había pasado ya por muchas generaciones de su familia, por lo que no podía dejarla pese a que el negocio no iba tan bien como cabía esperar. Ana trabajaba todo el día sin descanso, y cuando podía, normalmente los domingos, se decantaba por otro tipo de arte. Adoraba irse a un museo, o a un buen concierto de ópera, o simplemente a tomarse un café con una amiga para irradiarlo todo con su elocuente humor. Era una mujer soltera (por decisión propia), fuerte, de carácter intenso y adictivo. Un torbellino de recuerdos, alegrías y tristezas. 

Un día, nos desveló el verdadero secreto por el que no podía abandonar su librería: su padre. Con los ojos casi envueltos en lágrimas, nos contaba cómo lo admiraba y cómo lo quería. Él se encargó de la librería antes que ella, y le leía millones de cuentos cuando era pequeña, ayudándola a entender la esencia de las cosas. La pequeña Ana se abandonaba sentaba en sus rodillas, dándole la bienvenida a un mundo mágico por descubrir. Siempre he pensado que esa relación rozaba casi la locura, entendiéndose como tal un amor incondicional que desborda cualquier tipo de razón posible. Y Ana seguía hablándonos de él, con su mirada perdida entre los libros del ayer, entre recuerdos almacenados como si de un catálogo se tratase. Quizá mantener la librería fuese su forma de mostrar lealtad a su padre, ya sea por algún tipo de promesa o por puro gusto. Aunque me decanto por la segunda opción.

Ana era pura energía. Paseaba absorta en sus pensamientos, miraba cada rincón de las ciudades que visitábamos y admiraba el arte con todo su ser. De repente, nos buscaba con la mirada entre la multitud, y corría a nuestro lado. Y nos impregnaba de nuevo con vivencias relatadas como un cuento. Ella no hablaba como los demás, ella narraba, en verso o en prosa, eso no importaba. Y como niños, escuchábamos sus palabras, que siempre me parecieron bien escogidas y de un vocabulario amplísimo, lo que me generaba una cierta envidia sana. Pero eso ya es otra cosa.

La última noche que pasamos juntos en Galicia, noté a Ana un poco triste. Pero no lo dijo. Y tanto fue así que ni siquiera se despidió de mí, pese a que sé que se moría de ganas por hacerlo. Pero llevaba razón: hay veces en las que decir adiós es mucho más duro que no decir nada en absoluto. Y mis padres y yo nos quedamos, de una manera extraña e inexplicable, marcados por aquella intensa mujer que bien podía ser odiada y amada a partes iguales. 

Un día, pasados unos meses, fuimos a verla por sorpresa a Madrid. Ana no daba crédito, su felicidad era más que evidente. Nos abrazó como si fuéramos familiares a los que llevaba años sin ver, y emocionada nos preguntó por todo lo que habíamos hecho durante este tiempo, mientras nos enseñaba cada recoveco de su antigua librería, que nos pareció más vieja de lo que ella nos había contado. Al despedirnos, no me dejó marchar sin antes darme una libreta pequeña que sentí mía nada más verla: "Alevosía", decía la portada. Y la convertí en una caja de secretos que, aunque ella ni siquiera lo supiera, ambas compartiríamos. Yo, por escribirlos. Ella, por darme la materia prima y parte de la inspiración.

Por cierto, Ana nunca quiso hacerse una foto con nosotros. Puede ser por un total desprecio por el paso del tiempo, puede ser porque las fotos a veces nos muestran lo que ya no tenemos, y eso duele. No lo sé. Solo sé que, aunque ella no quisiera, yo tengo mi propio recuerdo robado: su retrato sonriendo, amando la vida con todas sus fuerzas y toda su esencia. Esa es Ana. Ojalá algún día os crucéis con ella. 


lunes, 13 de abril de 2015

He borrado tu número de teléfono


He borrado tu número de teléfono
para no arrancarme a dolor las venas
mientras aguanto con todo mi esmero
mis ganas locas de sacarme los prejuicios de un golpe y decirte: "hola, soy yo". 

Y a veces te juro me inmunizo ante nuestra dudosa existencia, 
elimino de un plumazo nuestras dudas y nuestras certezas
y te imagino sentado en un banco, esperando que alguien
te aporte lo mismo que yo. 

Y me ato las manos a la espalda
con una cuerda tejida con los resquicios guardados del ayer. 
Y mientras observo tu sombra en la oscuridad de mi cuarto, 
mis dedos buscan las teclas que deben marcar tu número
y mi cerebro impide todo movimiento para no caer sin red.

Es contradictorio tenerte en mi mente cada segundo,
y hacerte creer en el reverso de mi hoja de instrucciones
que ya no eres más que el aliento del viento que un día nos acarició.

Me incomodan las horas que pasamos agarrados,
compartiendo el mundo y despotricando de lo infelices
que nos parecían todos los seres humanos de nuestro alrededor. 
Tan incompletos, tan ciegos e ignorantes de esa llama que ardía quemándonos al baño 
María cada poro de la piel. 

Nos creíamos exclusivos, provenientes de otra galaxia que no
entendiera de distancias ni obsequios repartidos por saber amar de lejos. 
Y sin embargo no éramos más que dos marionetas manejadas
a manos de una fuerza que nos movía a diestro y siniestro
y azotaba los límites de nuestra conciencia.

No te diré "no eres tú, soy yo".
Te diré que éramos ambos, empapados en sudor y en ganas,
en tragedias y en esperanzas que nos transportaban a la era
de la creación de algún tipo de proyecto que construiríamos entre dos. 
Dos que un día fueron parte de un todo, y otro, fragmentos de una nada.

Y aquí me encuentro, como de costumbre, sin encontrar sentido a nuestras horas. 
Incapaz de comprender cómo se oxida cada decisión de permanecer,
de concebir el mundo como una hoja que cae del árbol en pleno otoño.
Y eso éramos, dos elementos descendiendo del cielo al suelo por ambición.

Y la nuestra, no te confundas, era la de convertir la vida del otro
en la más pura y secreta intimidad, en el alma que latía bajo el pecho izquierdo. 
Como cuando se guardan bajo llave las gotas de lluvia que transportan
las emociones y sentimientos que un día decidieron dividirse para completarse.

Así fue nuestra historia.
El resumen de una mañana cálida, en la que el sol acaricia los ojos.
Y el transcurso de la jornada hasta llegar la noche, gélida,
más gélida que nunca, imposible de asimilar en estos brazos temblorosos.

Tuvimos la gloria y el infierno bailando un vals en directo.
Nos reímos del azar y proseguimos la senda sin mirar las huellas
que nos precedían. Éramos como Adán y Eva en esa isla desierta,
pero precursores de un mordisco ácido de manzana que no conducía al pecado.
Sigues respirando a través de mi nariz, sigo tocando con tus manos. 

Sigo sintiendo en mi pecho los golpes que te da el mundo,
y en tus labios el calor de otro alguien que no quisiera adivinar.
Y precisamente por eso, porque mis 5 sentidos siguen acompañándote,
no puedo llenar el aire en mis pulmones y expulsar la toxicidad de la rutina. 

Por eso y porque hay raíces que no pueden arrancarse del suelo,
ni ramas que encuentren, a pesar de la lucha,
 los rayos de sol para sobrevivir. 



viernes, 6 de marzo de 2015

Echar a correr



"Las horas pasaban veloces, como si mi mente estuviera obsesionada con desentenderse del tiempo.
El aire, que ya no era aire, era fuego que quemaba cada milímetro de mi cuerpo. Y la pesadez sobre mis hombros me hacía retroceder en el camino que decidí seguir..."


Interrumpió su canción y se incorporó repentinamente. Poco a poco, apoyó sus piernas sobre la alfombra que tenía junto a su cama. Todo estaba mangas por hombro: las camisetas tiradas por el suelo, el maquillaje extendido sobre la mesa, sus apuntes desordenados. Como su vida. 


Suspiró y se puso en pie, sin saber muy bien hacia adónde iba. Se vistió de chandal, se calzó sus zapatos de deporte y echó a correr. No había rutas predeterminadas, no había manillas de un reloj que marcaran su paso. Y se perdió en el viento, se perdió entre los árboles de aquel frondoso bosque, y se sintió ella misma como nunca. Libre, fugaz. Como una estrella. 


Y entre tanto alboroto, abandonada de la tierra e inmersa en su estado de euforia, cayó. Las piedras chocaron como cristales contra sus rodillas, su respiración se entrecortó y las lágrimas llamaron a la puerta de sus ojos. Pero no la abrió. 


Se levantó, miró los raspones rojizos en su cuerpo y sonrió. Sus señales de guerra, sus imperfecciones aferradas al loco transcurso de su vivir. Así era ella. Rebelde, decidida. Y se automedicaba a sorbos de aire, cortos, sutiles, delicados, con la fuerza justa de quien da su último aliento. 


"Ahora me voy para casa... seguro que habrá alguien esperándome." 


Se paró en seco y meditó el camino que debía seguir. El camino que puso patas arriba sus estructuras vitales, el que intentó desintegrar su energía y convertirla en polvo. Pero no se lo permitió a sí misma. Así que empezó a desandar lo corrido y se volvió a perder en el aire, que ya se había vuelto más oscuro, y entre canciones cantadas a duras penas, llegó a casa. 


-¿Quién es?

- Soy yo. He vuelto para quedarme. 




sábado, 28 de febrero de 2015

No sé



Yo no sé si es esta luna traicionera
o estas ganas de desinhibirme
y que vuelen sobre nuestras cabezas las plumas de tu colchón.

Yo no sé si será este canto lejano de lobos,
o ese runrún de hojas chocando entre sí, reflejadas en el blanco incandescente.
No sé si mi pelo se dispersa y corre en tu busca,
o si mis labios dicen "no" por no decir "POR SUPUESTO".

No sé si sigues comprendiendo mis contradicciones,
o si ya dejaron de parecerte algo atractivo para ser objeto de tu desdén.
No sé.

Solo quiero otro café y pasar la noche en vela, porque a veces en sueños me acompañas.
Y es tan dura la pérdida el despertar,
que más bien prefiero vivir mi vida ilusoria
que asumir este presente inmaculado de ilusiones. 




martes, 17 de febrero de 2015

Durmiendo..


Dormir. Dormir y abandonarse, y bajar la guardia, y exponerse al mundo como un recién nacido. Dormir y esconder la armadura, y confiar con sobredosis, con la fe ciega de quien cierra los ojos y entrega su vida al primero que pase.

 Dormir y ser un poco más humanos, un poco más confiados, un poco más débiles.
Dormir y jugar a cara o cruz con cada segundo que pasa.

La moneda que gira y gira durante el sueño, y que sigue bailando en el aire al despertar.


lunes, 2 de febrero de 2015

Pero

Voy a arrancarte el alma si puedo,
y verteré sus restos en el cuenco vacío de mi dignidad.
Voy a escupir en tus 'peros' y a pisarte los dedos,
hasta que, de pura angustia, me pidas más. 



viernes, 23 de enero de 2015

Autodestrucción

Hace tiempo que ando preguntándome adónde van los sentimientos que vamos dejando por el camino. Resulta escalofriante la frialdad con la que despreciamos los intentos de los demás por aportarnos cantidades industriales de amor. Y hablo del amor en todas sus magnitudes, porque al final la manera más loca de amar es la que tiene uno consigo mismo. E incluso así, a veces nos rechazamos. ¿Qué está pasando en esta sociedad sobrecargada de miedos y debilidades? 

Me gustaría pensar que dentro de nosotros reside una pequeña pizca de las dosis diarias que, algún día, alguien decidió inyectarnos en la piel. Porque hace tiempo que estoy planteándome la seria cuestión de que yo no sería lo que soy si no hubiera tenido a mis espaldas a cientos de personas aportándome una parte de su propio ser. Una parte que he adquirido, que he tomado como mía, que he robado y he modificado a mi gusto. Eso es lo que somos, almas que se expanden y buscan cobijo en otros cuerpos para lograr la resurrección. 

Lo mismo pasa con el odio. Solo tenemos que sentarnos una tarde a determinar qué es lo que vamos a detestar a partir de ahora, y seguro que encontraremos una respuesta más pronto que tarde. Porque, a fin de cuentas, esta terapia tan efectiva viene a revelarnos, en resumidas cuentas, qué es lo que más odiamos de nosotros mismos. Sin duda, es mucho más sencillo culpar a los demás que tomar consciencia de la extrema vergüenza que nos causan nuestros propios defectos, tan nuestros y tan ajenos al mismo tiempo.

Quiero creer que extrayendo lo positivo de cada persona se resuelve este paradigma indescifrable: el de los sentimientos humanos. En los que volcamos todo nuestro amor y nuestro odio, en los que nos perdemos y nos recreamos, en los que nos encontramos y nos abandonamos. Porque es así es como estamos programados, para depender los unos de los otros. Nos guste o no. 

Aunque, después de todo, el mayor defecto es la ingenuidad de quien considera que la soledad es su mayor aliado. Y, también, la primera fase de la autodestrucción.