Hoy es uno de esos
días en los que pierdo la concentración rememorando los constantes cambios que
ha estado sufriendo mi vida en tan poco tiempo. Como si de un flashback se
tratase, mi mente comienza a mezclar momentos y sensaciones muy dispares, y me empiezo
a marear. Del vértigo. Porque tengo la sensación de estar en la primera fila de
una montaña rusa muy peligrosa y veloz. Y sin cinturón.
Así describiría yo
la vida. Nos dan un cuaderno en blanco, una pluma y, hala, ponte a escribir.
Por eso a veces somos incapaces de dar un paso en falso, porque sabemos que la
tinta nunca podrá borrarse. Como mucho puede diluirse en lágrimas, difuminadas,
al óleo. Pero ahí estará, como el recordatorio incesante de tu dolor.
Puedes tomártelo
así. Como el ser vulnerable que somos, a los pies del mundo, desnudos ante la
incertidumbre y la desazón. Incapaces de controlar nuestros propios
movimientos, mecanizados ya de por sí.
O puedes sentirte
como un pájaro y volar. Y volar lejos, atreverte a mirar desde las alturas. Sin
miedos. Porque, en realidad, no hay nada que perder. No mientras tengamos alas.
Porque, para bien o
para mal, sabemos cómo funciona esto, por lo que no hay más placer que asumirlo
cuanto antes y comenzar a vivir a nuestra manera. Como debe ser.