viernes, 23 de enero de 2015

Autodestrucción

Hace tiempo que ando preguntándome adónde van los sentimientos que vamos dejando por el camino. Resulta escalofriante la frialdad con la que despreciamos los intentos de los demás por aportarnos cantidades industriales de amor. Y hablo del amor en todas sus magnitudes, porque al final la manera más loca de amar es la que tiene uno consigo mismo. E incluso así, a veces nos rechazamos. ¿Qué está pasando en esta sociedad sobrecargada de miedos y debilidades? 

Me gustaría pensar que dentro de nosotros reside una pequeña pizca de las dosis diarias que, algún día, alguien decidió inyectarnos en la piel. Porque hace tiempo que estoy planteándome la seria cuestión de que yo no sería lo que soy si no hubiera tenido a mis espaldas a cientos de personas aportándome una parte de su propio ser. Una parte que he adquirido, que he tomado como mía, que he robado y he modificado a mi gusto. Eso es lo que somos, almas que se expanden y buscan cobijo en otros cuerpos para lograr la resurrección. 

Lo mismo pasa con el odio. Solo tenemos que sentarnos una tarde a determinar qué es lo que vamos a detestar a partir de ahora, y seguro que encontraremos una respuesta más pronto que tarde. Porque, a fin de cuentas, esta terapia tan efectiva viene a revelarnos, en resumidas cuentas, qué es lo que más odiamos de nosotros mismos. Sin duda, es mucho más sencillo culpar a los demás que tomar consciencia de la extrema vergüenza que nos causan nuestros propios defectos, tan nuestros y tan ajenos al mismo tiempo.

Quiero creer que extrayendo lo positivo de cada persona se resuelve este paradigma indescifrable: el de los sentimientos humanos. En los que volcamos todo nuestro amor y nuestro odio, en los que nos perdemos y nos recreamos, en los que nos encontramos y nos abandonamos. Porque es así es como estamos programados, para depender los unos de los otros. Nos guste o no. 

Aunque, después de todo, el mayor defecto es la ingenuidad de quien considera que la soledad es su mayor aliado. Y, también, la primera fase de la autodestrucción.