lunes, 13 de abril de 2015

He borrado tu número de teléfono


He borrado tu número de teléfono
para no arrancarme a dolor las venas
mientras aguanto con todo mi esmero
mis ganas locas de sacarme los prejuicios de un golpe y decirte: "hola, soy yo". 

Y a veces te juro me inmunizo ante nuestra dudosa existencia, 
elimino de un plumazo nuestras dudas y nuestras certezas
y te imagino sentado en un banco, esperando que alguien
te aporte lo mismo que yo. 

Y me ato las manos a la espalda
con una cuerda tejida con los resquicios guardados del ayer. 
Y mientras observo tu sombra en la oscuridad de mi cuarto, 
mis dedos buscan las teclas que deben marcar tu número
y mi cerebro impide todo movimiento para no caer sin red.

Es contradictorio tenerte en mi mente cada segundo,
y hacerte creer en el reverso de mi hoja de instrucciones
que ya no eres más que el aliento del viento que un día nos acarició.

Me incomodan las horas que pasamos agarrados,
compartiendo el mundo y despotricando de lo infelices
que nos parecían todos los seres humanos de nuestro alrededor. 
Tan incompletos, tan ciegos e ignorantes de esa llama que ardía quemándonos al baño 
María cada poro de la piel. 

Nos creíamos exclusivos, provenientes de otra galaxia que no
entendiera de distancias ni obsequios repartidos por saber amar de lejos. 
Y sin embargo no éramos más que dos marionetas manejadas
a manos de una fuerza que nos movía a diestro y siniestro
y azotaba los límites de nuestra conciencia.

No te diré "no eres tú, soy yo".
Te diré que éramos ambos, empapados en sudor y en ganas,
en tragedias y en esperanzas que nos transportaban a la era
de la creación de algún tipo de proyecto que construiríamos entre dos. 
Dos que un día fueron parte de un todo, y otro, fragmentos de una nada.

Y aquí me encuentro, como de costumbre, sin encontrar sentido a nuestras horas. 
Incapaz de comprender cómo se oxida cada decisión de permanecer,
de concebir el mundo como una hoja que cae del árbol en pleno otoño.
Y eso éramos, dos elementos descendiendo del cielo al suelo por ambición.

Y la nuestra, no te confundas, era la de convertir la vida del otro
en la más pura y secreta intimidad, en el alma que latía bajo el pecho izquierdo. 
Como cuando se guardan bajo llave las gotas de lluvia que transportan
las emociones y sentimientos que un día decidieron dividirse para completarse.

Así fue nuestra historia.
El resumen de una mañana cálida, en la que el sol acaricia los ojos.
Y el transcurso de la jornada hasta llegar la noche, gélida,
más gélida que nunca, imposible de asimilar en estos brazos temblorosos.

Tuvimos la gloria y el infierno bailando un vals en directo.
Nos reímos del azar y proseguimos la senda sin mirar las huellas
que nos precedían. Éramos como Adán y Eva en esa isla desierta,
pero precursores de un mordisco ácido de manzana que no conducía al pecado.
Sigues respirando a través de mi nariz, sigo tocando con tus manos. 

Sigo sintiendo en mi pecho los golpes que te da el mundo,
y en tus labios el calor de otro alguien que no quisiera adivinar.
Y precisamente por eso, porque mis 5 sentidos siguen acompañándote,
no puedo llenar el aire en mis pulmones y expulsar la toxicidad de la rutina. 

Por eso y porque hay raíces que no pueden arrancarse del suelo,
ni ramas que encuentren, a pesar de la lucha,
 los rayos de sol para sobrevivir.