miércoles, 27 de febrero de 2013

Paranoia


No está el sol por ninguna parte. Mis ventanas están tintadas con los restos que dejé de mi pasado. Sin embargo, la pintura aún está fresca y no puedo tan siquiera acercarme. El olor me asfixia y me produce calambrazos en el lado izquierdo del pecho. No sé por qué.

Ahora estamos en esta cama. Solo la leve luz que irradian dos velas me permite distinguir las facciones de tu cara, entremezcladas con sueño y la satisfacción de tenerme justo a tu lado. Qué extraño. Te pido que apagues tu cigarro. No me gusta fundirme con el humo: me trae vientos de otros paisajes que no me gusta recordar.

Ahora sabes a tabaco. Un poco de agua, y listo. Como si la nube gris jamás hubiera pasado por tu boca. Me pides que cuente un poco más de mí. Soy ilegible, ya ves. No me gusta desnudarme de otra manera que no sea quitándome la ropa. Qué le hacemos.

Ahora nos tumbamos y reímos con las humedades dibujadas en el techo, en lugar de descubrir formas en las nubes como cuentan los que nunca han competido con la tristeza. No. Aquí todo está cerrado. Hermético. Como yo. Nos imaginamos en medio de una inmensidad que no nos permite encontrarnos, y saboreamos la dulce tragedia de la derrota, que nos complace al igual que nos inquieta. Ya ves. Somos así.

Ahora, en la playa. La arena está ardiendo. Los pies la rozan solo con la punta de los dedos para evitar un daño mayor, y, a trompicones, conseguimos llegar a la orilla. Qué curioso. Dentro de mí sigue haciendo frío. Pero no importa. Me sumerjo en el mar de sensaciones que tiene tu mirada y me evado de las montañas nevadas que, a lo lejos, me saludan con osadía.

Ahora estamos en un descampado mirando estrellas. Sí, estrellas. Por fin el universo se nos ha descubierto, por fin las cuatro paredes se han derrumbado y podemos respirar aire puro y limpio, como ropa recién salida de la lavadora y secada a base de leves rayos de sol. En el cielo se delimita un camino que nunca antes había aparecido ante nuestros ojos, y creemos conocer la fórmula exacta de la creación. De nuestra creación. De la creación de dos individuos que pasan a ser uno solo. Como si tan solo fuéramos un ser mitológico en boca de todos.

Ahora, no hay miedo. Ni frío. Ni sueño. Ni sed. Qué raro.  Los pensamientos, que me atacaban como navajas afiladas clavadas contra el pecho, se han desvanecido. La luna, que antes siempre menguaba, como mi ilusión, ahora está totalmente llena, y se refleja en mi mirada, que ahora ya no está cansada, por vez primera.

Mi voz, antes frágil, ya ha recobrado toda su fuerza. Su debilidad se ha transformado en radiaciones de energía que transmiten mis ideas al exterior para que puedas comprender mi mundo interior: qué contradicción tan inesperada y mágica.

Me he deshecho del pasado. Las ventanas ya no son opacas, y me permiten respirar el oxígeno que, por algún motivo, se me ha dado. No hemos descubierto el origen de la humanidad mirando haces de luz en el cielo, pero sí sabemos algo nuevo. Anda, ven, apaga el cigarro. Voy a contarte un cuento.