lunes, 22 de septiembre de 2014

Una mota de polvo

En las tardes de domingo, se siente incomprendida y sola. Se tumba en la cama y cierra los ojos. En su gesto, se refleja la impotencia. Entonces, recurre a la única terapia posible.

Enciende su minicadena y, con cuidado, pone el CD de su cantante favorita. Y se pierde entre melodías, en una voz que la abraza y que promete estar ahí siempre que lo necesite. Nunca nadie fue capaz de saber qué era lo que pasaba por su mente. Ni ella misma. "A lo mejor no soy tan rara y es el mundo el que lo es", pensaba.

Y, sin embargo, esas canciones relataban paso a paso las diversas historias de su vida... y conseguían que ya no se sintiera ni tan rara ni tan culpable de ser quien era. Había alguien que era capaz de descifrar el código secreto de sus pensamientos.

"Ningún sitio en particular adonde ir...", tarareaba ella, mientras la piel se le erizaba con cada nota. Y se sentía excitada al comprobar que era un minúsculo ser perteneciente a toda la inmensidad del universo.

Una mota de polvo invisible, una huella en la playa que el viento un día quizás borrará. Una hoja que cae del árbol más alto y frondoso. Una gota de lluvia que cae en el océano y bucea hasta la orilla. Así se consolaba. Sintiéndose una pequeña parte de esa maravillosa casualidad que era la vida. Exponiendo su rostro al sol para recibir la caricia de aquellos incesantes rayos que le permitían dar luz y energía a quien más lo necesitara.

Ese sería su papel.

Y el resto, poco importa.

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