La experiencia más escalofriante a la que
puede atenerse el ser humano es a la soledad. La soledad es esa amiga lejana
que cambia todo cuando decide hacernos una visita, sin un mero aviso de
llegada, sin consideración ni tapujos.
La soledad es el espacio-tiempo más inmenso y
abismal. Sin embargo, las cosas que nos acompañan a diario se convierten en tan
incondicionales que a veces no denotamos ni cierto interés en ellas. Las amamos
pero no las valoramos demasiado, y eso las aleja de nosotros, sin remedio ni
elección.
El gran dilema al que nos enfrentamos es a la
pérdida. De repente, cuando perdemos algo que realmente apreciábamos, nos
sentimos terriblemente solos aunque en realidad estemos rodeados de gente.
¿Cuán triste tiene que sentirse alguien para creer que no hay nada más allá de
su propia compañía?
Cuando crecemos en nuestra casa todo parece
fácil. Nos colman de cuidados y atenciones y no tenemos que preocuparnos más de
la cuenta por las cosas básicas. Sin embargo, la salida del nido se tuerce. De
repente el polluelo quiere volar y cuando lo consigue tiene miedo a surcar el
cielo. Ahí llegan las responsabilidades.
Sin más, fuera del calor del hogar. Fuera de
la llama viva de la delicadeza y la adoración con la que acostumbrabas a ser
tratado. Toca abrir puertas y ventanas para ver de qué color son en realidad
las nubes. El vértigo inunda tu mente y no sabes adónde agarrarte porque
cuelgas de un hilo inestable. Ahí está : la llamada de la soledad.
Todas las inseguridades y decepciones de las
personas parten de un núcleo común indivisible : el miedo. Nubla todo tipo
de certeza y nos deja al libre albedrío del paso de los días. Como si quisiéramos saber qué va a pasar mañana
para poder evitar lo malo en el peor de los casos... Como si fuéramos tan
valientes como para afrontar el saber de antemano cuál será nuestro avenir.
No somos capaces ni
de desear sobre todas las cosas conocer el mañana ni de dejarnos llevar por las
circunstancias sin pensar qué hay después. Tememos el error como quien teme la
muerte y somos conscientes de que el peor castigo al que se nos puede someter
es a decepcionarnos a nosotros mismos.
Complejo recipiente de emociones y dudas llamado cerebro humano que nos lleva y nos trae por calles de antaño y por lugares que vislumbramos a la perfección pese a que nunca acudiremos a ellos. Complejo mecanismo vital que nos hace sentirnos vulnerables frente al cambio y la estabilidad.
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