miércoles, 18 de enero de 2012

Aquella gran mujer en la playa





Fue un día de playa, uno de esos increíbles días de playa que van anunciándote un verano que aún no ha llegado pero que está a las puertas. Un día aparentemente normal.

Mi amiga y yo estábamos tomando el sol tranquilamente, charlando, cuando de repente una preciosa mujer mayor que paseaba a su perro se paró frente a nosotras. La conversación comenzó diciéndonos que éramos guapísimas y que le parecíamos perfectas para su nieto, que era de nuestra edad. Nosotras reímos y le agradecimos el piropo sin saber lo que ella estaba a punto de confesarnos.

Hay veces que las personas tienen ganas  de hablar, de hablar y punto. Y quién mejor que dos desconocidas para abrir tu corazón y para sacar dentro de ti todo lo que llevas dentro.  Empezó hablándonos de su nieto pero puedo aseguraros que tras una hora de conversación  pude llegar a conocer a aquella mujer, a través de cada una de las palabras que mencionó, más de lo que  jamás hubiera creído.

Así, nos contó que llevaba casada con su marido desde  hacía bastantes décadas y que, aunque la relación no era igual que al principio, estaba contenta. Y es ahí donde radica la clave: en el principio. Nos lo desveló, sin que nosotras lo pidiéramos. Pero sabía que queríamos escucharlo. Y os lo contaré más adelante.

Nos comentó que tenía un hijo con el que no mantenía ninguna relación y del que no sabía nada desde hacía años, hasta el punto de no haber visto crecer a sus nietos  por culpa de, como en muchos casos ocurre, su “nuera”, si así puede llamársele. Pero lo contaba con una fuerza en los ojos que parecía que el paso de los años hubieran transformado el sufrimiento en pura cotidianidad.  En pura coraza.

Aquella gran persona nos explicó, del mismo modo, su capacidad para captar la atención de los pequeños. Y en ese momento tuve que sentirme muy muy pequeña porque solo podía oírla hablar a ella: el resto del mundo se había parado para mí. Comentaba  que una vez fue al hospital con su hija y, mientras estaban en la sala de espera, vio cómo un niño gritaba a su madre y la insultaba delante de todos. Ella se levantó y se acercó al niño. Sin más, le dijo lo siguiente: “Tu madre es la persona que más te quiere en este mundo. ¿Cómo puedes insultar y pegar a la mujer que está dispuesta a darlo todo por ti? ¿Tú sabes lo mal que ella lo pasa? Por favor, date la vuelta ahora mismo y ve a pedirle perdón a tu madre. Ella no se merece que la trates así”. Sin mediar palabra, el pequeño, con los ojos como platos, se dio la vuelta y dijo: “Perdóname mamá, te quiero mucho”.  Y la abrazó.  Sobran las palabras.

También confesó el amor que tenía a las playas de El Portil (mi rincón favorito en todo el Universo), donde le gustaba pasear con su perro al atardecer y mirar a la gente. Allí, en aquel mágico lugar, solía escribir sola, relajada, justo en el momento en que la inspiración llegaba. Pero por circunstancias de la vida dejó de hacerlo y la animamos de corazón a que lo hiciera de nuevo,  porque realmente valía para ello (nos leyó alguno de sus escritos con toda la ilusión del mundo, y nos demostró de nuevo, y  casi sin quererlo, que su sabiduría no era algo abstracto ni discutible).

Y aquí viene su historia de amor. Como si esa brisa que desfilaba el mar la llevara a revelarnos un secreto, su secreto.

Ella era una de las pocas chicas que estudiaban en la época y él era prácticamente un analfabeto.  Se fijó en ella y por ella luchó. Intentó por activa y por pasiva conseguir un mínimo de atención y, cuando esa fase concluyó, peleó por la más importante y definitiva de todas: el beso.

Ella se resistía por dos razones: en primer lugar, no se sentía lo suficientemente preparada y además  estaban en plena época franquista, en la que besar a alguien se convertía, sin más, en delito. Todos tenían miedo, y ellos dos más. Lo extraño es tener miedo a demostrar el amor.  Extraño y triste, muy triste. Por ello ninguna ocasión era buena.

Una vez se sintió preparada, tomó la decisión. Haciendo ego de su cultura le dijo a su futuro marido en un parque unas palabras poco frecuentes para la época: “KISS ME”.  Él, como era de esperar, no comprendió nada y le pidió que le explicara el significado, a lo que ella, coqueta, respondió: “Avísame cuando hayas descubierto qué significa”.

Al día siguiente quedaron, y él la escondió tras un árbol. Y sin más, la besó. Y ahí comenzó su historia de amor, una historia que espero que dure hasta el día de hoy, porque ella lo merece. Porque ni aquella mujer ni sus experiencias han conseguido desaparecer de mi memoria. Y es que, cuando algo vale la pena... tu mente lo sabe, y lo almacena. Sin más.

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