Acabar una relación es como volver a nacer de nuevo. Pero es
un nacimiento doloroso, que conlleva la experiencia ya vivida y el comienzo de
una cicatrización que quién sabe cuándo se llevará a cabo. Te desprendes, de
repente, del único motivo que ha hecho sentirte realmente viva porque concluyes
que no es suficiente. Te deshaces de todo, dejas a tu alrededor un halo de
dolor del que te sientes profundamente culpable y del que no puedes liberarte.
No quieres hacer infeliz a la persona de la que has estado enamorada y te
aferras a la idea de que todo es como un círculo vicioso, interminable, y que,
de algún modo, el pasado volverá a llamar a tu puerta. Pero el dolor no es
eterno, y, una vez superado, comienza el vacío. Te sientes de repente extraña
en una nueva ciudad en la que no conoces a nadie y donde no hay ni una sola
persona que esté dispuesta a dar su última respiración por ti o que piense que
vales la pena. Pero esos son los inconvenientes de todos los principios, y vas
haciendo de aquel lugar tu nuevo hogar porque te das cuenta de que no
pertenecemos a ningún sitio y que todo es cuestión de simple adaptación. Y, de
nuevo, la armonía. Aunque acompañada del mismo vacío, vacío que nos empeñamos
en sentir porque nuestra condición humana nos implora que tengamos ilusión por
alguien, por despertar sonriente pensando que sí, que hoy es el día, que vas a
verlo de nuevo, que va a abrazarte y vas a sentirte sumida en una nube en la que los problemas, de repente,
desaparecen. Pero ese alguien aún no existe en tu vida y te limitas a buscarlo
muy forzadamente en trenes, en calles abarrotadas de gente y en momentos de
agitación. Y esa ilusión, esa esperanza que te impulsa hacia adelante como la inercia
del tiempo, llega sola, justo cuando ya no la estás buscando, y será la clave
para que, la nueva vida que estabas buscando y por fin ahora tienes, se
convierta en felicidad plena. La que todos necesitamos y pocas veces sentimos.
Porque, a veces, no es suficiente con esperar nuestro propio destino. Tenemos
que encontrarlo.
Virginia, no sé por qué en esta vida no hay más personas como tú, en serio. Me encanta tu blog y sigue así que vas a llegar muy lejos! Un besote mi niña.
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