jueves, 29 de septiembre de 2011

Mi maleta roja...

Esa inevitable sensación de pertenecer a un lugar equivocado para ti. La rutina que no cesa, hambre de novedad, incertidumbre ante la inercia: todas las cosas siguen su transcurso, del mismo modo en que lo hicieron ayer. Mi cielo, sí, mi cielo es el más bello de todos... compañero indiscutible y hermano gemelo de mi mar. El olor a mar inunda mis 6 sentidos, al igual que inunda mis recuerdos, alma inerte para mí. También mi verde, cuyo reto es despertar alegría y matiz en la oscuridad. Pero algún día me hallaré lejos, tomaré un rumbo totalmente diferente para huir de esa inercia imparable. Huiré a algún lugar donde cada día sea de un color distinto, donde las personas sean diferentes unas de otras y eso sea considerado, sin más vuelta de hoja, maravilloso, donde las calles despierten sabores dispares que te inviten a probarlas, donde reine la diversidad y el lenguaje universal sea la paz. Donde, de una vez por todas, el mundo sea mundo y, la tierra, un regalo que regar día tras día para hacerla crecer. Donde el último fin y el primer principio sea cuidarla, y no destruirla. Allí donde sentir amor no es un reto, sino algo inevitable, imposible de retar. Un lugar extravagante, ajeno a lo correcto, ajeno a las normas... ajeno a lo normal, como yo quiero. Una metáfora de mí. Sin estaciones, sin tiempo, sin relojes que conviertan tu día a día en una serie de obligaciones por cumplir. Solo viendo pasar las nubes en el cielo, dibujando formas. Y por la noche, observar las estrellas, limitándonos simplemente a amarlas. Quiero vivir de lo sincero, sin lugar a falsas sonrisas, ni a falsos besos. Siempre y cuando haya la voluntad de darlos, no por obligación. Así que hoy, comienzo mi rumbo. Llevo mi maleta roja, cargada de sueños e ilusiones por cumplir. Pero no solo llevo fantasía. También llevo en ella mi cielo, mi mar, mis playas. Mi verde. Porque eso sí es real, y puedo verlo cada día al despertarme por la mañana. Porque, dentro de mi realidad, de esta inmensidad que me abruma, son, al fin y al cabo, las únicas cosas bellas que he visto, sin tener necesidad de soñarlas.

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